Emociones y Sentimientos en los Niños

Los sentimientos y las emociones en los niños forman parte de la naturaleza que los gobierna. Son herramientas de aprendizaje durante su primera etapa de desarrollo. Al manifestar cómo se sienten ante diferentes situaciones, comienzan a expresarse y a construir su psiquis en relación con el entorno y con los adultos que forman parte de éste.

Es por ello que es de imperiosa necesidad la conciencia que posea el adulto y el conocimiento claro en cuanto a la responsabilidad que tiene en la forma en que el niño desde que es bebé pueda aprender a través de él, lo que es el respeto por el ritmo de cada niño, la conexión de corazón a corazón, para lograr interpretar sus manifestaciones y necesidades auténticas, de tal manera que el infante pueda leer que la vida es bella y pueda aprender procesos asertivos para comunicarse.

El primer medio de comunicación del bebé es a través de sus gestos y de expresiones como el llanto y las sonrisas. Una vez el niño adquiere el lenguaje de forma natural, absorbiendo el de la cultura a la que está inmerso, la comunicación de emociones y sentimientos se da acompañada además de la risa y el llanto, con el lenguaje que expresará sentimientos positivos o negativos. Pero nuevamente, es responsabilidad del adulto en interacción con el niño, que la manifestación de emociones y sentimientos sean de carácter positivo o negativo, con connotaciones alentadoras y flexibles, o con un tono trágico, severo y punitivo.

Desde un punto de vista científico, el cerebro absorbe constante e intensamente todo lo que vive en su ambiente, tanto lo positivo como lo negativo. Si revisamos la teoría del cerebro triuno o trino del Dr. Paul Maclin, existen unas capas cerebrales que van madurando con los años. La primera capa es el complejo reptílico: allí están instaladas las reacciones instintivas de sobrevivencia y supervivencia, la territorialidad y la tendencia a seguir ciegamente a un líder. Esta va madurando desde el nacimiento -después de que se activa la corteza cerebral- y va madurando hasta los 3 a 5 años. Biológicamente hablando, la cría necesita de su madre, su calor y su olor, y mamar de su seno para satisfacer sus necesidades auténticas físicas (lactancia y alimentación) y las no físicas como son la simbiosis, en la necesidad de conocerse y ayudarse mutuamente en la relación  madre e hijo.

La siguiente capa es el sistema límbico donde están ubicados los sentimientos y las emociones, la atracción por el macho o la hembra, el deseo de copular y tener crías y de protegerlas. Esta capa madura hasta los 5 – 7 años de edad y es muy importante realizar un acompañamiento sano, ya que es donde el niño construye una psiquis sana o una enfermiza, donde algunas manifestaciones podrán ser la búsqueda frecuente del llanto, los miedos nocturnos, comerse las uñas, la irritabilidad infantil y pataletas, orinarse en la cama después de los 6 años, infecciones urinarias o dificultades respiratorias constantes. Una relación positiva donde el adulto respete el llanto tanto como la alegría, donde el juego y los paseos diarios vayan al lado de su compañía, estando presentes en el aquí y el ahora en sus momentos y necesidades infantiles, hará que se sientan satisfechos y puedan leer que la vida es bella y que el lugar al que llegaron hace que su existencia sea valiosa.

El miedo se construye, el miedo obstaculiza el desarrollo. Inhibir las emociones por temor a una consecuencia de castigo va a acompañar al niño de por vida, y le dejará un sello permanente que no va a facilitar la construcción de su vida social futura.

La personalidad se va construyendo en las vivencias con el entorno. Tristemente, muchos niños y niñas eligen sacrificar lo que son en realidad, lo que su maestro interno les dicta, con tal de ganar el afecto del padre y madre, cuyas expectativas van en dirección contraria a lo que a esté realmente le gusta, siente y piensa.

La última capa es la corteza cerebral o neo corteza. Esta madura entre los 7 y 11 años. Es allí donde entra a jugar un papel importante la razón, los aspectos gregarios y sociales, y se fortalecen aspectos de lectoescritura y acalculia. Se da entonces el entendimiento y la comprensión de que los sentimientos y las emociones no son favorables cuando se van a los extremos (rabia, ansiedad, tristeza o disfrutar burlándome del otro, la gula y los excesos) y que es imperioso buscar el punto intermedio.

Es entonces cuando una psiquis sana busca procesos de autocontrol, autorregulación y autonomía en la toma de decisiones en lo cotidiano. Se hace amigo de la resolución de conflictos más que de la violencia. Pero un organismo vivo emocionalmente perturbado porque no se le permitió expresar sus sentimientos, ni regular sus emociones, cae en la repetición de escenarios como el bullying, buscar al más vulnerable para atacarlo, y todos estos excesos nos llevan a situaciones que vivimos con el joven que decide dormir la conciencia olvidando su maestro interior, y busca llenar su vacío emocional ensordeciendo sus sentidos con frecuencias musicales que los desarmonizan, activa su complejo reptílico para organización de pandillas, cae en el alcoholismo social y otro tipo de adicciones.

Y todo ello comenzó durante su primera infancia, cuando no pudo expresar y desarrollar sus emociones y sentimientos. Estas son herramientas instaladas en el plan interno, y pueden ser de extremos. Pero si aprendemos a canalizarlas y a manejarlas adecuadamente, es cuando mantenemos la conciencia despierta y activamos la neocorteza para actuar como individuos donde lo que prima es el bienestar de la humanidad. La indiferencia del adulto y la ausencia de los padres es una forma de maltrato, tanto como la violencia física.

Dispongamonos entonces como adultos con responsabilidad social, asistiendo en el presente a niños y niñas en su desarrollo, para apoyarles en la construcción de sentimientos y emociones sanas, donde lo negativo traiga experiencias de aprendizaje reflexivo, más no punitivo.

El amor ágape, instalado en la corteza cerebral, espera y cree en el otro, es paciente y ama sin criticar, juzgar o condenar al otro. El amor ágape es responsable y respeta los procesos del otro, le conoce y le cuida con esmero y pasión.