
Todo niño nace para desarrollar su proceso de autorrealización a través de la autoconstrucción de la naturaleza interna que le gobierna, a través de la maduración de los órganos internos del Embrión Psíquico en el ambiente extrauterino: el movimiento, el lenguaje, la voluntad, la inteligencia y las emociones deben madurar de manera equilibrada a través del ejemplo, el orden y la consistencia que el adulto debe ofrecer para acompañarle en el desarrollo; porque solo el niño se puede desarrollar a sí mismo en su existencia.
Cuando lo logra, y sus órganos psíquicos maduran y se coordinan con su cuerpo físico, aparecen todas las habilidades innatas que conforman la autoconstrucción del SER: podrá entender para escoger con voluntad y poder moverse al elegir. Pero a nivel intelectual (ideas y pensamientos) y a nivel emocional (sentimientos y emociones) también necesita conocer, entender para poder moverse una vez elija con un propósito inteligente, dispuesto a asumir las consecuencias con responsabilidad.
El lenguaje es el encargado de unir todos estos órganos psíquicos cuando el niño puede conocerse a sí mismo y al otro, mientras logra identificar sus emociones y entender al mundo. Son los lentes que le ha dado como regalo el adulto, quien simboliza la parte viva del ambiente.
Un niño autorrealizado, porque ha podido autoconstruirse a sí mismo, posee las siguientes características: altos niveles de autoconfianza, autoimagen y autoestima; es tranquilo, conectado con su centro y sabe escoger desde la libre elección, con límites claros; posee altos niveles de atención y de concentración; ama a su guía, al orden, al trabajo y ama el ambiente en el que crece; se desarrolla dentro de su ser la misericordia y la compasión con el otro; es colaborador, cooperativo y solidario; ama al mundo y a sí mismo.
El adulto debe proveer nutrientes en el ambiente para que el niño logre entender, escoger, moverse y seguir. Pasar del inconsciente al consciente sus acciones, cristalizando así sus órganos psíquicos internos. Se requiere humildad del adulto para proveer consistencia y orden, así se dará la concentración para que el niño logre realizar su máximo esfuerzo y logre dar a luz el hombre del mañana: el Embrión Espiritual.
Un acompañamiento sano del adulto trae al mundo esperanzas para una mejor humanidad. Acompañar la existencia del niño con amor y responsabilidad, entendiendo que no hay verdadero amor si no conocemos al niño con responsabilidad.
Cuando se crece durante los primeros años en un ambiente lleno de restricciones, donde el adulto se convierte en el mayor obstáculo y no permite moverse, entender, expresar las emociones; le robamos la voluntad al niño y no sabrá nombrar ni entender al mundo, ni a sí mismo. El adulto confunde al niño con su incoherencia al actuar y se encarcela al no ser dueño de su cuerpo físico, intelectual, y emocional. Sin voluntad no hay claridad y al no entender no hay nada que contarle al mundo.
Los chicos quedan estancados, paralizados y empantanados; realizando movimientos descoordinados, sin rumbo ni horizonte; nada tiene sentido y no hay propósitos inteligentes en la vida. Se aniquila el cuerpo emocional, se desarmoniza el cuerpo físico e intelectual. Aparecen las desviaciones. Al no poder movernos ni hablar, el cuerpo habla a través de la enfermedad. La vida se vuelve un caos, nos movemos a nivel físico, intelectual y emocional sin sentido ni lógica ni control.
La voluntad es reemplazada por la voluntad del otro. Que el otro nombre mis emociones y robe mi voluntad, se convierte en un patrón relacional que acompañará al niño toda su vida; a menos que a través de la conciencia y voluntad exigida, decida hacer un cambio en su vida para su propio bienestar, el del otro y el de la humanidad.
De lo contrario, nos la pasamos flagelándonos con culpas y miedos, el alma grita, patalea, y se frustra, hasta dormir la conciencia. Buscamos adicciones y dependencias. Necesitamos traductores en la vida. Nos obsesionamos, buscamos relaciones destructivas y tóxicas; caemos en depresión y buscamos la autodestrucción.
La dra. Montessori observó los siguientes comportamientos y manifestaciones en niños que han tenido vivencias desarmónicas en ambientes donde el adulto obstaculizó procesos de desarrollo en el niño, las cuales llamó desviaciones:
· Timidez |
· Miedos irracionales |
· Flojera |
· Tartamudeo |
· Inseguridad |
· Mitomanía |
· Conflictos |
· Posesividad |
· Glotonería |
· Avaricia |
· Falta de Atención |
· Complejos de inferioridad |
· Vergüenza |
· Apego extremo |
· Desobediencia |
· Movimientos desordenados |
· Agresividad |
· “Hacer como” en exceso |
· Cuestionamientos sin importar cuál será la respuesta |